Abril 28, 2020
Lee la historia de Adolfo Carranza, un voluntario del Programa para la protección, monitoreo, investigación y conservación de tortugas marinas que anidan las costas de Quintana Roo de Flora, Fauna y Cultura de México A.C.
Estoy cansado. El día de hoy entramos a las nueve, tuvimos tortugas toda la noche, y marcamos los nidos durante la mañana. Mi cuerpo me reprocha desde hace algunas semanas debido al castigo constante y algunas heridas viejas tienden a relucir en momentos de gran estrés físico como éste.
Para dimensionar qué tan severa es la presión a la que estamos sometidos debo de reportar que una de las personas que se supone estarían aquí por toda la temporada ya ha renunciado. Esto es debido a que necesita una operación en la rodilla. El desgaste de caminar por la arena ya le ha pasado factura y su cuerpo simplemente dijo “ya no más”.
En promedio dormimos alrededor de cinco horas diarias, a veces más, a veces menos, mayoritariamente menos. Comemos a deshoras, comemos lo que podemos, cuando podemos. Ya he bajado alrededor de diez kilos, sin siquiera intentarlo. En ocasiones tengo espasmos involuntarios, justo en este momento la pierna se me contrajo por un instante, ya no es novedad. El cansancio es perpetuo, pero te acostumbras, poco a poco comienzas a darte cuenta que así es todos los días para todos los que estamos en el campamento. Eso hace la carga más llevadera, saber que no lo hacemos solos.
Habemos muchos voluntarios trabajando en esto, lee: Campamentos tortugueros en México
Algunos de los compañeros carecen de esa vibra para motivar a sus equipos, por eso algunos voluntarios se van, pero la mayoría son distintos, son genuinamente inspiradores. Afortunadamente he tenido la oportunidad de trabajar con distintos tortugueros, la mayoría gente increíblemente dedicada, e increíblemente variada.
Entre las filas de los tortugueros hay ex pandilleros, cajeros de un Oxxo, jornaleros, biólogos, veterinarios, boxeadores, madres, padres y demás. Hay de todo y para todos en el campamento tortuguero. Algunos son voluntarios y vienen por un mes, o dos, o hasta que el cuerpo aguante. Otros son genuinos guerreros que resisten todos los embates de este lugar durante seis meses, para después descansar y volver al año siguiente.
Por eso el campamento tortuguero es un lugar muy colorido, escuchas de todo. Risas, quejas, gritos, preguntas, regaños, y una voz que suavemente dice, relájate, tenía que pasar. ¿Qué esperaban? Tienen a más de veinte personas durmiendo en el mismo cuarto, comiendo en la misma mesa, viéndose las caras unos a otros durante la mitad del año.
Es un lugar muy estresante, pero genuinamente interesante, lo que hace que no te aburras. Pero esto solamente es de día, la noche es diametralmente distinta.
Al atardecer la playa ya está desalojada, y es completamente nuestra, con excepción, claro, de las tortugas. Ingratas tortugas. ¿Cómo me podrían agradecer? Básicamente soy un extraño que viene, las manosea y en ocasiones picotea las aletas con un identificador y se lleva sus huevos para protegerlos.
Ellas lo único que quieren es desovar en paz sin que nadie venga a disfrutar de espectáculo que es verlas salir a tierra. Parecen dinosaurios. Corrección, son dinosaurios. Son reptiles que pesan más de cien kilos y miden más de un metro, bajo mis criterios así son los dinosaurios.
Son animales espectacularmente impresionantes, yo nunca había visto antes una, de no ser en un zoológico. ¿Qué puedo decir de estos animales que no se ha dicho ya? Son muy peligrosos. Avientan arena por todos lados, un aletazo de una de ellas podría fracturarme la mano, y si no tengo cuidado me podrían morder. Solo basta preguntarle al jefe de programa qué tan fuerte es la mordida de una tortuga. Por poco pierde los dedos poniéndole un transmisor satelital a una. Incluso yo ya puedo presumir mis “heridas de guerra” con las tortugas: un aletazo en la pierna me dejó una cicatriz que cargaré por toda la vida. Todavía me duele.
Y, a pesar de todo, este es un trabajo increíblemente gratificante. La mayoría de las noches tengo la oportunidad de ver un cielo tan claro que se pueden apreciar rastros de la vía láctea. Trabajo con animales monstruosos que las personas comúnmente solo pueden ver detrás del cristal en un zoológico o desde la pantalla de su televisor. Vivo en uno de los lugares más bellos del mundo a mitad de la nada. Y liberar crías de tortuga, unos de los animales más lindos y adorables que nadie haya visto se vuelve cosa de todos los días.
Tú también puedes ayudar, lee: Acciones para cuidar a las tortugas marinas
Es muy probable que no vuelva a trabajar en el campamento nuevamente, la edad y mi vida en casa me dificultaron muy seriamente volver. Tengo prioridades distintas al resto de las personas que viven en el campamento, pero ésta, sin dudas, ha sido una experiencias que ha marcado mi vida. Vine hace tres meses buscando una experiencia inigualable. Sin dudas esto ha estado a la altura, y mientras mis piernas me lo permitan seguiré aquí, haciendo lo que pocos pueden y lo que muchos ni se imaginan.
Estoy profundamente agradecido por la oportunidad de estar en un campamento tortuguero y me quedaré con lo mejor del campamento para mi almanaque de recuerdos. Somos terriblemente afortunados de poder estar aquí. No siempre se presentan oportunidades como esta. Cuando me vaya le desearé suerte a los compañeros que me inspiraron para seguir aquí y esperaré volverme a encontrar con ellos en esta vida, esperamos, en situaciones distintas, más sencillas.
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